25/11/09

Tarzán de las azoteas



En los años de mi niñez, los chavales nos pirrábamos por Tarzán de la selva y sus aventuras. No nos perdíamos ninguna de sus películas. Aquellos saltos de liana en liana con los que Johnny Weismuller se desplazaba de árbol en árbol nos tenían sorbido el seso. Tanto es así, que dos de mis primos hermanos y yo decidimos vivir nuestras propias aventuras; y como no había selvas a mano descubrimos las azoteas. Teníamos el Parque de Montjuïc cerca, eso sí; pero optamos por la privacidad de los terrados. Además, ahí no había “guris” que nos estorbaran.

Mi primo mayor se adjudicó el papel de Tarzán, claro, y a mí se me concedió ser Boy, su hijo. Mi otro primo –y lo entendimos bien- no quiso ser Jane. Lo que no recuerdo es si finalmente optó por el papel de “Chita”.

Nos desplazábamos de azotea en azotea. No lo teníamos demasiado difícil, porque en aquella selva del tres al cuarto –pero selva, eso sí- sólo teníamos que sortear los cables en los que las vecinas tendían la ropa recién lavada. No sé qué olería Tarzán en su jungla, pero a nosotros aquellas prendas tendidas al sol nos olían de maravilla. Si a algún loco como nosotros se le ocurriera hoy “ocupar” las azoteas para sus aventuras, lo tendría muy complicado: una impresionante y peligrosa jungla de antenas le cerraría el paso.

Trepar un muro para alcanzar otra azotea más alta no era complicado a nuestra vigorosa edad, pero saltar en el vacío para alcanzar otras ya implicaba ciertos riesgos. ¡Qué osadía la nuestra! Saltábamos; y mi primo Tarzán, yo y creo que también “Chita” nos dábamos golpes en el pecho gritando: “¡A-a, a-aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!”. No me extraña que nuestras madres fruncieran el ceño cuando les decíamos que subíamos a jugar a la azotea. Pues ¡vaya jueguecitos!

Y ahora, este Boy de pacotilla convertido en abuelo, anda regañando a los nietos cuando le parece que “corren demasiados peligros” en sus juegos. Claro que es hasta cierto punto comprensible, porque ¡menuda selva la que han de cruzar todos los días, y sin lianas!

Cuando recuerdo ahora aquellas “pelis” percibo en qué engaño tremendo nos tenían atrapados. Los negros era siempre los malos: y si salía alguno bueno solían matarlo a la primera de cambio. Los buenos era los blancos; aunque algunas veces –¿acaso como autoterapia reparadora de los responsables de tanta desfachatez?- aparecía alguno malo, que también solía acabar mal: o lo mataban los negros malos o lo devoraba algún león. Tarzán intentaba ser bueno con los buenos –negros y blancos- y malo con los malos. Nosotros, de azotea en azotea, intentábamos seguir su ejemplo: ¡la de enfrentamientos entre tribus que resolvimos en aquellos años! Con permiso: ¡¡A-a, a-aaaaaaaaaaaaaaa!!

    2 comentarios:

    José Luis López Recio dijo...

    Me ha divertido mucho la historia. Recuerdo muy bien que me encantaban esas pelis yq euh ubo una temporada que las ponían en los sábados por la tarde y no me las perdía.
    Saludos

    el abuelo dijo...

    ¡Pues qué bien que te hayas divertido! A veces pienso que contar batallitas de esta manera es un poco como aquellas parábolas que contaba Jesús para compartir "otras cosas" con las personas más sencillas, que solían ser las únicas que tenían oídos para oír.
    Gracias de nuevo por estar ahí.