21/7/09

Agüita fresca



La he contemplado desde el cielo. Gracias a que los ciclistas del “Tour” pasaron por Barcelona, la televisión me ofreció una panorámica excelente de la fuente de Montjuic, mi querida fuente. ¡Gracias, generoso helicóptero!

Ahora, como cada verano, miles y miles de personas de todas las edades y lugares se sentarán en las escalinatas que suben hasta el Palacio para contemplarla luciendo sus formas, sus colores y sus sonidos, ¡la muy descocada!

Yo la conozco más íntimamente y desde hace muchos años. Cuando aún no lucía tan espléndida, mis primos y yo nos acercábamos cautelosamente a ella las noches calurosas, nos quitábamos la ropa y nos sumergíamos en su agüita fresca. ¡Qué delicia! Nos turnábamos para avisar si se acercaba alguno de los “guris” –así los llamábamos- encargados de vigilar el parque. Cuando sonaba la voz de alarma, corríamos desnudos con el atillo de ropa, por temor a que fuéramos a parar en la cercana comisaría tal como vinimos al mundo. Con los años, creo que ninguno de aquellos guris tuvo jamás la intención de fastidiarnos la noche; pero el susto nos espoleaba a volver otra noche y sentir en nuestro cuerpo aquella agüita fresca, robada en tiempos de crisis.

En nuestro descargo, por si hiciera falta, cabe explicar que en aquellos años de la posguerra la mayoría de los chavales no teníamos cuarto de baño en casa. Para ducharnos había que pagar en los baños públicos de la cercana Plaza de España, y tampoco nos sobraba el dinero: era mejor reservar los pocos céntimos que nos daban para asistir a una sesión doble de cine comiendo algarrobas y altramuces.

Uno de estos días iré a saludarla. ¿Se acordará ella de mí como yo de ella? Sé que sonreiré feliz cuando, agitada por el viento, su agüita fresca me bese la cara. Y, ¿sabéis?, las personas que estén allí no sabrán nada de nuestro secreto amor de verano.

6/7/09

El gigante de Tiananmen



Nos conmovió hace veinte años, y nos ha vuelto a conmover ahora, la imagen de aquel hombre tratando de detener la marcha de un tanque del ejército chino. Aquella noche del 3 al 4 de junio de 1989, el gobierno mostró toda su ferocidad contra quienes se habían manifestado contra él en la plaza de Tiananmen. Los enormes tanques aparecieron en aquel inmenso espacio y, como los gigantes de hierro no tienen corazón, lo inundaron de sangre.

Al referirse a aquel enfrentamiento entre un hombre diseñado para vivir y una máquina diseñada para matar, algún comentarista ha hablado de David y Goliat. Está bien, pero a mí se me antoja que aquella noche el hombre fue el gigante poderoso y el tanque solamente un débil instrumento de muerte.

El David bíblico se enfrentó al gigante filisteo blandiendo con coraje la honda que había usado tantas veces para defender a la ovejas, y lo hizo desde la convicción de que el Dios de Israel estaba de su parte, y uno con Dios siempre es mayoría. El valiente ciudadano chino se enfrentó al gigante metálico desde la convicción de que la vida y la paz son el camino para entenderse, aunque no pudo impedir que siguiera su marcha. David derrumbó a Goliat con una sola piedra, y nuestro valiente lo derrumbó con dos bolsas -¿de plástico?- como única arma. No sé qué llevaba en ellas, pero tal pudieron ser flores. Su firmeza frente a la máquina señala el verdadero valor de quienes defienden la paz, la libertad y la vida frente a quienes no toleran la libertad y asesinan a quienes se les oponen, porque su paz es solamente la paz de los muertos.

Nos emocionó entonces, y nos emociona ahora. Parece que no se supo nunca qué fue de aquel gigante de Tiananmen: ¿lo mataron o sigue muriéndose en alguna cárcel? Sea como sea, la Historia ha recogido que aquella noche de junio sólo hubo un gigante en aquella plaza: un hombre con dos bolsas en las manos. Los tiranos de cualquier pelaje no debieran olvidar esa imagen, porque, a la corta o a la larga, han de ser personas como él quienes acabarán derribándoles.