Messi quizá lo sea, pero Dios no; ni periquito, ni madridista, ni de ningún otro club; al menos, que yo sepa. En la pancarta que exhibían en el Camp Nou aquellos espectadores –no sé si culés- podía leerse: “Dios existe. Juega en el Barça” Y más abajo, en letra más pequeña. “Messi”.
Creo que sería estupendo para ese Leonardo del “renacimiento” del fútbol-espectáculo, y para el sentido común también, que la cosa no fuera a mayores. Que nadie –por muy argentino que Messi sea- levantara entre nosotros una iglesia para sus adoradores, como hicieron en su país con ese otro “dios” llamado Maradona.
No hay necesidad de divinizar a ningún ser humano para reconocer el alto valor que cada uno tiene, y menos aun sus capacidades para ganar dinero “a patadas”. Debiera de bastar con reconocer que el invisible, inabarcable e inalcanzable Dios nos quiere tanto que nos comenzó a divinizar un poco a todos cuando, en la persona de Jesús de Nazaret, asumió nuestra naturaleza humana. Y lo estupendo de esta “encarnación” es que fue diseñada amorosamente, y consumada en su muerte y resurrección, para que nosotros seamos como él: hijos de Dios, participando de su naturaleza.
A quienes leemos la Biblia, todo esto no nos extraña. En el umbral mismo de nuestra historia fuimos creados a “imagen” de Dios; luego, al conocer el bien y el mal por decisión propia, adquirimos la categoría de “dioses”. Pero la historia nos enseña día a día, sollozo a sollozo y rabia a rabia, que ser dioses sin Dios no es el mejor camino para ser siquiera seres humanos. Por eso, Dios se ha propuesto que, descendiendo de este Olimpo de las Vanidades, podamos ser sus hijos.
No, Dios no es culé; pero todo culé, o periquito, o madridista… es decir, todos nosotros sin excepción, estamos llamados por Dios mismo a ser como Ël. Éste sí es un gol de verdad, metido en nuestra historia por la mano del Dios verdadero.
Creo que sería estupendo para ese Leonardo del “renacimiento” del fútbol-espectáculo, y para el sentido común también, que la cosa no fuera a mayores. Que nadie –por muy argentino que Messi sea- levantara entre nosotros una iglesia para sus adoradores, como hicieron en su país con ese otro “dios” llamado Maradona.
No hay necesidad de divinizar a ningún ser humano para reconocer el alto valor que cada uno tiene, y menos aun sus capacidades para ganar dinero “a patadas”. Debiera de bastar con reconocer que el invisible, inabarcable e inalcanzable Dios nos quiere tanto que nos comenzó a divinizar un poco a todos cuando, en la persona de Jesús de Nazaret, asumió nuestra naturaleza humana. Y lo estupendo de esta “encarnación” es que fue diseñada amorosamente, y consumada en su muerte y resurrección, para que nosotros seamos como él: hijos de Dios, participando de su naturaleza.
A quienes leemos la Biblia, todo esto no nos extraña. En el umbral mismo de nuestra historia fuimos creados a “imagen” de Dios; luego, al conocer el bien y el mal por decisión propia, adquirimos la categoría de “dioses”. Pero la historia nos enseña día a día, sollozo a sollozo y rabia a rabia, que ser dioses sin Dios no es el mejor camino para ser siquiera seres humanos. Por eso, Dios se ha propuesto que, descendiendo de este Olimpo de las Vanidades, podamos ser sus hijos.
No, Dios no es culé; pero todo culé, o periquito, o madridista… es decir, todos nosotros sin excepción, estamos llamados por Dios mismo a ser como Ël. Éste sí es un gol de verdad, metido en nuestra historia por la mano del Dios verdadero.