10/11/09

El cedro y la Señora Enriqueta



Los años -¡quién sabe cuántos!- le han convertido en ese majestuoso e impresionante cedro bajo cuyas acogedoras y amplias ramas han hallado cobijo del sol estival las cuarenta o poco más personas que han acompañado hasta este cementerio de Puigcerdà los restos mortales de la Señora Enriqueta. Les observo desde un lugar donde el sol, mi amigo de siempre, me acaricia. Los empleados realizan su trabajo como casi siempre: con esa parsimonia que extiende innecesariamente el momento cuando los restos de ese ser tan amado desaparecerán detrás de una lápida. Y me da por pensar.

El cedro fue antes una pequeña semilla que el viento acompañó a este lugar -¡quién sabe cuándo!- o que alguien plantó aquí hace años y años y años. ¡Y luce tan hermoso ahora! Por eso, cuando Salomón -en su “Cantar de los cantares”- intentó describir el lugar donde se amaban él y la sunamita, escribió: «Las vigas de nuestra casa son de cedro». No encontró manera más bella.

La Señora Enriqueta está siendo sembrada como pequeña semilla. Los que la hemos conocido, sabemos muy bien que en su ahora ya delicado y enfermo cuerpo ha latido desde siempre la fuerza vital que viene de Dios y que un día se manifestará en todo su esplendor. El apóstol Pablo lo explicó así en una de sus cartas: «Tal vez alguno pregunte: "¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Qué clase de cuerpo tendrán?".»

¡Es una pregunta tonta! Cuando se siembra, la semilla tiene que morir, para que tome vida la planta. Lo que se siembra no es la planta que ha de brotar, sino el simple grano, sea de trigo o de otra cosa. Después Dios le da la forma que quiere, y a cada semilla le da el cuerpo que le corresponde… Lo mismo sucede con la resurrección de los muertos: lo que se entierra es corruptible, y lo que resucita es incorruptible; lo que se entierra es despreciable, y lo que resucita es glorioso; lo que se entierra es débil, y lo que resucita es fuerte; lo que se entierra es un cuerpo material, y lo que resucita es un cuerpo espiritual… Pues nuestra naturaleza corruptible se revestirá de lo incorruptible, y nuestro cuerpo mortal se revestirá de inmortalidad… Y entonces se cumplirá lo que dice la Escritura: «La muerte ha sido devorada con victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?».

Disculpad que me haya extendido, pero esta vez no he sabido decir lo que quería con menos palabras. El cedro está precioso. Así de preciosa aparecerá un día mi Señora Enriqueta, porque mientras estuvo vestida de mortalidad ya fue como ese enorme árbol: la sombra de su frondosa personalidad alivió a muchos de los insoportables “calores” de nuestro mundo.

    2 comentarios:

    (!) hombre perplejo dijo...

    Has regresado un pelín funerario, abuelo. Ánimo ese espíritu, que aunque los homenajes a los que nos dejaron son hermosos y de recibo, nos hacen mucha falta tus optimistas e ilusionantes batallitas !)

    el abuelo dijo...

    Agudo Hombre perplejo:

    Te concedo -hoy me he levantado generoso- algo de razón e tu apreciación sobre mis homenajes; pero, dime, ¿sabes tú cómo controlar los sentimientos cuando le anegan a uno? Mándame la receta.
    Gracias de nuevo.