He vuelto a oírlo. La tragedia que los haitianos están sufriendo ha desatado de nuevo las lenguas de quienes involucran a dios cuando acontecen tragedias como ésta, sea para defenderle o sea para acusarle. Lo escribo en minúscula porque no sé de qué dios están hablando. Ocurre siempre que en algún lugar de este mundo las fuerzas de la naturaleza se cobran vidas humanas. Cuando el tsunami de Nueva Orleans, algunos “creyentes” predicaron que dios castigaba de este modo la perversidad de sus habitantes. Así que era de esperar que ahora involucraran de nuevo a su divinidad, porque Haití es un país lleno de supersticiones, de ceremonias vudús y de violencia; y, claro, dios está enfadado y se cobra víctimas, para que aprendan a obedecerle. ¡Qué barbaridad! ¿De qué dios hablan?
Están también los otros, los que presumen de “increyentes” y que, con una cada vez más insoportable ironía, acusan desvergonzadamente a ese dios que “les ha dado la espalda a los haitianos”, que “los ha dejado abandonados”. ¡Qué barbaridad! “Si vuestro dios es tan bueno como decís, ¿por qué no ha evitado esta tragedia?”, dicen. Pero, ¿de qué dios están hablando?
¿Estarán hablando de un dios confeccionado a medida de nuestra mentalidad, que responde a los estímulos igual que nosotros? Así, ya que somos capaces de matar a nuestros enemigos, en lugar de amarles –como él enseña en el Evangelio-, e incluso a los que no lo son, entonces necesariamente ese dios que hemos creado tiene también que matar.
¿Es acaso ésa la manera de descargarnos de nuestra responsabilidad? Ya que vociferamos que somos libres, ¿por qué no reconocemos con igual ímpetu que esa responsabilidad nos hace responsables de lo bueno, sí, pero también de lo malo? ¿Es posible cerrar los ojos y no asumir honestamente que la tragedia de los haitianos, y las de tantos seres humanos que ahora mismo se están muriendo, es que les hemos dado la espalda como civilización próspera?
Doy gracias a Dios de que, en medio de tanto desvarío –religioso o ateo- se levantan dedos acusatorios contra nosotros mismos. Doy gracias a Dios de que tantos seres humanos –creyentes o increyentes- extiendan de nuevo sus manos para auxiliar a los haitianos. Doy gracias a Dios por respetar nuestra libertad y de que un día, precisamente por ese respeto, pasará cuentas con cada uno de nosotros.