23/1/10

Zafarrancho de combate



En nuestro hogar acaba de iniciarse un zafarrancho de combate de los de aúpa: nuestros hijos nos han convencido de que en esta etapa de nuestra vida –ahora que ya estamos solos de nuevo- le era poco menos que imprescindible a nuestra vivienda un cambio de imagen.

Así que el hecho de estar “en pie de guerra” me va a impedir enviaros batallitas por unos días. No voy a disponer desde este momento ni de la tranquilidad ni del espacio necesarios; incluso ni del ordenador, porque hay que protegerlo de los posibles daños colaterales.

Si sobrevivo, estaré de nuevo con vosotros. Os voy a echar de menos, porque os estoy cogiendo mucho cariño. Gracias.

    16/1/10

    ¿De qué dios hablan?



    He vuelto a oírlo. La tragedia que los haitianos están sufriendo ha desatado de nuevo las lenguas de quienes involucran a dios cuando acontecen tragedias como ésta, sea para defenderle o sea para acusarle. Lo escribo en minúscula porque no sé de qué dios están hablando. Ocurre siempre que en algún lugar de este mundo las fuerzas de la naturaleza se cobran vidas humanas. Cuando el tsunami de Nueva Orleans, algunos “creyentes” predicaron que dios castigaba de este modo la perversidad de sus habitantes. Así que era de esperar que ahora involucraran de nuevo a su divinidad, porque Haití es un país lleno de supersticiones, de ceremonias vudús y de violencia; y, claro, dios está enfadado y se cobra víctimas, para que aprendan a obedecerle. ¡Qué barbaridad! ¿De qué dios hablan?

    Están también los otros, los que presumen de “increyentes” y que, con una cada vez más insoportable ironía, acusan desvergonzadamente a ese dios que “les ha dado la espalda a los haitianos”, que “los ha dejado abandonados”. ¡Qué barbaridad! “Si vuestro dios es tan bueno como decís, ¿por qué no ha evitado esta tragedia?”, dicen. Pero, ¿de qué dios están hablando?

    ¿Estarán hablando de un dios confeccionado a medida de nuestra mentalidad, que responde a los estímulos igual que nosotros? Así, ya que somos capaces de matar a nuestros enemigos, en lugar de amarles –como él enseña en el Evangelio-, e incluso a los que no lo son, entonces necesariamente ese dios que hemos creado tiene también que matar.

    ¿Es acaso ésa la manera de descargarnos de nuestra responsabilidad? Ya que vociferamos que somos libres, ¿por qué no reconocemos con igual ímpetu que esa responsabilidad nos hace responsables de lo bueno, sí, pero también de lo malo? ¿Es posible cerrar los ojos y no asumir honestamente que la tragedia de los haitianos, y las de tantos seres humanos que ahora mismo se están muriendo, es que les hemos dado la espalda como civilización próspera?

    Doy gracias a Dios de que, en medio de tanto desvarío –religioso o ateo- se levantan dedos acusatorios contra nosotros mismos. Doy gracias a Dios de que tantos seres humanos –creyentes o increyentes- extiendan de nuevo sus manos para auxiliar a los haitianos. Doy gracias a Dios por respetar nuestra libertad y de que un día, precisamente por ese respeto, pasará cuentas con cada uno de nosotros.

      8/1/10

      ¡Bendita sea mi suerte!



      Ayer os compartí algunas reflexiones sobre la suerte, y os advertía al final de que no me quedaba espacio para hablaros de la que yo tengo. Me comprometí a hacerlo otro día, y éste es el mejor momento.

      Fue precisamente considerando la alegría de quienes habían conseguido premios en la lotería, que me dio por pensar en mi propia alegría; y entonces busqué esta confesión del salmista David: Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y hermosa es la heredad que me ha tocado. Cuando este pastor-poeta, al que le cayó en suertes la responsabilidad de reinar sobre Israel, consideraba lo que Dios estaba haciendo en su vida, utilizó esta forma tan gráfica. Parece ser que la extensión de la herencia que le correspondiera a cada cual, su lote, se medía por medio de cuerdas; supongo que a la manera como hoy se hace levantando muros de piedra o empalizadas.

      Para aquel cantautor, lo que le había correspondido en “el sorteo de la vida” era como un lugar deleitoso y una heredad hermosa. Y no es que a David le fueran siempre bien las cosas: en su camino hubo de todo, incluidos sus propios errores y sus “daños colaterales”.

      Pues bien, a mí pasa otro tanto, también incluyendo mis propios errores y sus consecuencias. Observando a mi hermosa “consorte” –con la comparto mi misma suerte- y a mi cinco hijos y nueve nietos brindando juntos el día de Navidad, me dije: ¡Bendita sea mi suerte!

      No he comprado ningún boleto para el Sorteo de la Vida; por eso, cuanto tengo –y me tiene- es un regalo. Como dice el poeta en ese mismo salmo: Tú, Señor, eres mi porción y mi copa; eres tú quien ha afirmado mi suerte.

      Estaba deseando compartirla con vosotros. Es lo propio de un abuelo, ¿no?

        7/1/10

        ¡A la buena suerte!



        Estos días navideños andan algunos brincando de alegría porque les ha tocado la lotería. No hay más que verles abrazándose, besándose y brindando con quienes comparten la misma suerte. Interesante esta palabra: suerte.

        He leído que deriva del latín sors-sörtis y que apareció a finales del siglo X. Con ella, se señalaba lo que a uno le había correspondido cuando se dividía -se sorteaba- un campo de tierra de labor. Como se hace hoy con los billetes de las loterías: palabra que deriva de lote, que así se conoce cada una de las partes en que se divide un todo para su distribución. Es simpático que mientras entre nosotros el que vende los billetes sea el lotero, en Perú le llamen suertero.

        Hay quienes se toman muy en serio eso de tentar a la suerte, y hasta quienes defienden que ver un gato negro es un buen augurio. En este sentido, y entiéndase como se quiera entender, Graham Green tenía razón cuando decía que nunca convencerán a un ratón de que un gato negro trae buena suerte.

        No se me antoja extraño, dada la crisis que estamos viviendo la mayoría de ciudadanos, que haya tantos que intenten paliarla visitando a los loteros; quizá para no tener que acabar visitando a los loqueros. A nivel de país, el estadista inglés Gladstone decía que la suerte de un país depende muchas veces de la buena o mala digestión de una comida abundante. Y eso es preocupante, porque parece que a los políticos de cualquier signo, y no sólo a los de casa, les va cantidad eso de comer abundantemente. ¡Hay que ver la de comidas y cenas de trabajo que se organizan!

        No me queda espacio para hablaros de la suerte que tengo; lo haré otro día. Entre otras cosas, claro, la suerte de que mis batallitas os interesen.