26/3/09

Lagunas en La Laguna


Aquella mañana en la que me quedaban algunas horas libres de cualquier compromiso me subí a la “guagua”que iba hacia La Laguna, la espléndida y señorial ciudad de la isla de Tenerife. Me habían hablado de ella, y se habían quedado cortos. Después de callejear con los ojos muy abiertos –no conozco otra manera de “poseer” un lugar-, entré en el Museo de Historia. De sala en sala, fui comprobando las grandes lagunas que tengo en cuando al conocimiento de nuestra historia. Allí supe de las barbaridades que perpetraron contra los guanches los que llegaron desde la Península. Pero fue al entran en la sala en la que están expuestas hermosas obras de arte que me fijé en un cuadro: un regio personaje recibiendo regalos de alguien que se inclina ante él. Y entonces comprobé que eso de tener “lagunas” está bastante extendido: en la nota colocada al lado del cuadro, además del nombre del autor, se leía: “Abraham recibiendo los diezmos de Melquisedec” (más o menos).

Era un error. Al salir del Museo me acerqué a la atenta tinerfeña de la recepción para explicarle que fue Abraham quien ofreció los diezmos a Melquisedec, rey de Salem. Me preguntó si podía dejar por escrito mi rectificación, y lo hice. Me extendí un poco con el relato del Génesis y hasta expliqué que en la Carta a los Hebreos, en el Nuevo Testamento, su autor menciona a ese Rey y Sacerdote y lo presenta como alguien de quien apenas se sabe nada pero que anticipó el sacerdocio de Jesucristo, quien, además de ser también Rey, accedió a la tarea sacerdotal según ese orden antiguo y no según el orden de la Ley de Moisés, cuyos sumosacedotes eran los hijos de Aarón, el hermano de Moisés. Me sucedió hace unos años, y no sé si habrán rectificado aquel texto.

He recordado esa experiencia al leer “El Alquimista”, donde Paulo Cohelo –tan amigo de citar personas y textos de la Biblia en sus novelas- introduce a Melquisedec como uno de sus personajes enigmáticos. Pues bien: el afamado escritor portugués no erró en este punto. A su rey de Salem le hace refexionar así: “Nunca más volverá a ver al muchacho, del mismo modo que jamás volverá a ver a Abraham, después de haberle cobrado el diezmo”. Seguramente, su Melquisedec no verá más a Abraham, pero el de la Biblia, sí. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.


16/3/09

En el cuadrilátero de la vida


Desde que en el umbral mismo de nuestra experiencia humana adquirimos conciencia del bien y del mal como dos realidades confrontadas, somos protagonistas, batalla a batalla, de esta interminable guerra de todas las guerras. De ahí la necesidad de tomarse muy en serio la sabia recomendación de “vencer el mal con el bien”. Peleamos en este cuadrilátero de la vida, golpe a golpe; venciendo a veces y siendo vencidos otras.

Esta mañana he vuelto a encontrarme con esta afirmación, garabateada en un papelito hace no sé cuántos días: “Lo único que necesita el mal para triunfar es que las personas buenas no hagan nada”. Y hace solamente unos minutos me ha emocionado confirmar que es así, que no puede ser de otra manera; que al mal le molesta el bien. Estoy diciendo que a los malos les estorban los buenos. El profesor Neira, un hombre bueno, ha permanecido en coma durante mucho tiempo, y ha salido de él “tocado”, porque tuvo el valor de enfrentarse al malvado que estaba maltratando a una mujer, y que se revolvió contra él miserablemente. Y es que, en esta cruda pelea ente el mal y el bien pueden recibirse golpes bajos que intentan noquearnos.

La otra tarde fui testigo de cómo unas cuantas personas buenas, algunas de ellas con serios problemas físicos y emocionales, se entregaban de nuevo a mitigar el hambre de algunas familias –más de ochenta ese día-- repartiéndoles alimentos y sonrisas de empatía. Vencer el mal, lo cause quien lo cause y allá cada cual con su responsabilidad, sigue siendo el camino de las personas buenas; porque las malas no saben hacerlo.

Mientras haya entre nosotros personas que hacen el bien, los que hacen el mal –algunos de ellos deben de ser esos “hijos del Maligno” de que hablaba Jesús-- lo tienen más complicado. Y hoy he sentido la necesidad de expresar aquí mi alegría. ¡Qué hermosa pelea nos perdemos cuando nos quedamos sentados en las gradas!

Aunque este trabajo esté resultando más extenso de lo que recomiendan los blogueros más expertos, no me resisto a cerrarlo con estas palabras del Libro de los Proverbios:

Has flaqueado en el peligro, te faltó el valor;
libra a los que llevan a matar,
no abandones al que está en peligro de muerte.
Porque digas: “No me doy cuenta”,
¿no lo va a saber el que pesa los corazones?
El que vigila tu vida lo sabe y paga al hombre sus acciones.


10/3/09

¿Estamos solos…?


Ha sido llamado el “enigma de los siglos”: ¿Estamos solos en el universo? ¿Hay vida en otros planetas?

La NASA ha lanzado al espacio la sonda Kepler, a la búsqueda de otros planetas que puedan albergar vida. No buscará sólo uno, sino que orbitará para saber cuántos hay en la Vía Láctea.

Esta vez, la noticia no dice nada de los millones que cuesta esta aventura espacial. No hace falta. ¿Podré ver el día en que los gobernantes políticos y económicos –tanto monta, monta tanto- asuman la responsabilidad de que en nuestro planeta mueren cada años millones de seres humanos?

En la mayor parte de los países de nuestra esquilmada Tierra, muchos se están preguntando: “¿Estamos solos…?”. Hay que agradecer los esfuerzos que algunos hacen para “acompañarles”, pero no basta para resolver tan lacerante injusticia.

El principal responsable de este proyecto ha dicho: “Estamos buscando planetas donde la temperatura es la justa para que haya agua líquida en la superficie”. Pero, ¿tienen presente de que aquí sí la tenemos, pero que, mientras que una minoría la derrochamos –como si fuera nuestra-, la gran mayoría se muere de sed? ¿Han hecho números de lo que costaría cambiar esa situación?

Una cosa más. Dicen que “el censo de mundos habitables no comenzará a elaborarse hasta dentro de más de dos años”. ¿Cuántos terrícolas más han de morir durante ese tiempo?

En uno de los márgenes de la página donde he leído la noticia hay otra, muy corta, que nos dice que la Amazonia se está muriendo. En lugar de absorber 2.000 millones de dióxido de carbono, en el 2005 emitió más de 3.000 toneladas de CO. ¿La causa? La mortalidad de los árboles… por causa de la sequía.

Nuestra sociedad vive la peor sequía moral de toda nuestra Historia. ¿Sabéis una cosa? A mí me parece que, como en los días de la torre de Babel, cuanto más arriba queremos subir, más abajo nos encontramos. Como ser humano, y por tanto responsable en alguna medida de este despropósito, me duele, me duele mucho oír las voces de quienes se preguntan: “¿Estamos solos… en la Tierra?”.


7/3/09

¡Al rico hielo!


Como el firme de nuestras calles era de adoquines, oíamos las ruedas de su carro aun antes de verle. El Hombre del Hielo. “¡Hielo, hielo!”, gritaba; y las señoras aparecían por los portales con sus cestos, o lo que fuera, para comprárselo. “¿Cuánto quiere?”. “Un cuarto de barra, más no me cabe en la nevera.” “A mí, media barra.” Y mientras él, con aquella especie de garfio que manejaba diestramente, iba cortando lo que le pedían, aquellas apetitosas astillas de hielo se esparcían por el aire. Y allí estábamos nosotros, los niños del barrio, echando mano de las que podíamos –a veces, cazadas al vuelo-. ¡Eran nuestros “polos”! ¡Qué delicia chuparlos, riéndonos unos de otros de nuestras caras de satisfacción!

La escena era siempre tan divertida, que estoy seguro de que el Hombre del Hielo atacaba aquellas largas barras de manera que saltaran más astillas. Creo que ni yo ni mis amigos le dimos las gracias ni una sola de las muchas veces que nos hizo más soportable el calor, y nos animó a seguir jugando, ya fuera al fútbol con aquellas pelotas de papel y trapo que nos cosían nuestras abuelas, ya fuera blandiendo cualquier palo a manera de espada para emular las hazañas de los tres mosqueteros o del Zorro.

He recordado esta “batallita” porque mi esposa, hace unos días, me pidió un helado de nata y chocolate que guardaba en el congelador: había sobrado de los que solemos comprar para los nietos. Al verla comérselo con tanto deleite y con tal expresión de agradecimiento, me vino a la mente –seguro que sonreí- el Hombre del Hielo y su generosidad.

No me convence nada aquello de que “los tiempos pasados fueron mejores”. Prefiero quedarme con lo mejor de cada tiempo: las risas desbordadas por chupar una astilla de hielo en tiempos cuando eso de los helados nos estaba vedado, y la sonrisa de mi amada esposa lamiendo su helado de nata y chocolate.


4/3/09

Incompetentes


Estos días he leído un lúcido y, hasta cierto punto, demoledor libro sobre la incompetencia. Si hemos de ser honestos, tendremos que decir aquello de “El último en salir, que cierre la puerta”. En alguna que otra cosa, todos padecemos y hacemos padecer por nuestras incompetencias.

He recordado la sinceridad de Pablo cuando en una de sus cartas, escribiendo sobre su tarea como apóstol, dice: “no que seamos competentes nosotros mismos para pensar algo de nosotros mismos…”. ¡Qué bien nos iría hoy que aquellos que confunden competencia con competición tuvieran esa misma actitud! Compiten, desde su incompetencia, para… Bueno, le cedo la palabra a Peter Laurence y su principio: “En una jerarquía cada empleado tiende a ascender hasta su Nivel de Incompetencia”. Pues, eso.

Molesta, casi duele, que tantos y tantos incompetentes se hayan aupado a esferas de eso que se llama “la función pública”, donde la aptitud, la idoneidad son imprescindibles. Hay muy buena gente en todas partes, me consta, pero uno tiene la impresión de que los incompetentes van copando lugares de responsabilidades para las que no tienen –no hay más que verles y oírles- la más mínima capacidad. Supongo que les puso ahí algún otro incompetente. ¡Qué bueno sería que cada uno se dedicara a aquello que sabe hacer bien!
En demasiadas butacas de los Parlamentos y en demasiados despachos de la Administración, y en demasiadas aulas, y en demasiados centros hospitalarios, y en demasiados púlpitos de las Iglesias, y en demasiadas tertulias televisivas –etc., etc.- se apoltronan personas que ni están ahí por vocación, aunque quizá sí por ambición, ni dan la menor muestra de competencia.

El apóstol termina su honesta frase diciendo: “sino que nuestra competencia proviene de Dios”. Pues, es de recibo que hay que capacitarse continuamente para cualquier tarea que hayamos de realizar. ¿O no hace falta? Una advertencia que me hago a mí mismo: el hecho de que mi competencia venga del Cielo no implica que no haya de implicarme hasta las cejas en ser cada vez más competente.