16/12/09

Las buenas noticias



Mi entorno familiar y mis amigos andan contentísimos por los efectos positivos que el doctor Sheng está consiguiendo con su acupuntura: mis dolores de los hombros y mi sordera están desapareciendo “aguja a aguja”. Las buenas noticias deben compartirse para bien de quienes nos quieren.

Esta experiencia de compartir con los demás lo bueno que me está sucediendo me ha llevado a recordar la de aquellos cuatro enfermos de lepra a quienes, como establecía la ley, les estaba vedado entrar en su ciudad, Samaria, para evitar que nadie pudiera contaminarse con aquellas llagas que en la mente de entonces eran, además, señal de reprobación divina. La ciudad llevaba tanto tiempo sitiada por el rey de Siria con sus ejércitos que la hambruna estaba produciendo escenas desgarradoras.

Los cuatro enfermos, al otro lado de las murallas, se plantearon dónde sería menos trágico morir, y tomaron la decisión de irse al campamento enemigo para ver qué les pasaba. Cuando llegaron, no había nadie. El relato bíblico explica que, anocheciendo, un gran estruendo de carros, ruido de caballos y estrépito de gran ejército les había hecho huir con la convicción de que le rey de Israel había conseguido ayuda de otros reyes. Como en su huida lo habían abandonado todo, los leprosos se afanaron en llevarse y esconder cuanto pudieron. Pero, “se dijeron el uno al otro: No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos”. Armados de este sentimiento se acercaron a las murallas y explicaron lo que había pasado. Después de algunas dudas, el rey decidió hacerles caso, y la ciudad entera recibió los beneficios de aquella singular experiencia de aquellos cuatros “reprobados” que les llevaron la buena noticia.

Pues, eso: las buenas noticias deben compartirse, para que los demás se beneficien del bien que recibimos. “También las malas”, puede decir alguien. Pues, sí; también. Y es que si las alegrías compartidas son más alegría, las penas compartidas son menos penas.

    4 comentarios:

    Jose Antonio dijo...

    jajaja......abueloooooooooo...no me asustes...Ya pensaba que habías cogido la lepra...¡lo que faltaba!

    Pues nada hombre. Nos alegramos mucho de que empieces a notar mejoría de tus "achaques" de abuelo.

    Todavía tenemos abuelo pa rato.

    No...si todavía te veo en bici subiendo al pantano de Canovas. A estos chinos les das unas agujas y te hacen un traje con el Gin y el Gen...jajajaja.

    ¡Vamos...vamos que podemos...juuuuuju...!

    el abuelo dijo...

    Como diría tu abuelo: "¡Que guasón es mi Jose Antonio!" Me alegro de que no hayas perdido tu salero andaluz, amigo.

    Lo de subir en bici al pantano de Canoves ya es otro cantar, para el que me falta fuelle.

    Gracias por tu preocupación de siempre.

    José Luis López Recio dijo...

    Me alegro de que te encuentres mejor y que le tratamiento sea tan beneficioso.
    La historia estuopenda.
    Saludos

    el abuelo dijo...

    Gracias por tu interés, joselop44.
    Sí, es una historia que tiene interesantes aplicaciones. A mí, particularmente, la que más me impacta es que fueron los "despreciados" quienes salvaron a sus paisanos.
    Un saludo agradecido