1/5/09

Vicente


Estaba allí todos los días. Cuando salia de casa para ir al cole, allí estaba; y cuando volvía, también. Todo el día de todos los días, el bueno de Vicente se sentaba ante su diminuta mesa y se ponía a trabajar. Era zapatero remendón; y aunque la gente del barrio le conocía como remendón, yo sé, porque pasé muchos ratos observándole, que era un buen zapatero. Que yo sepa, nadie se le quejó, ni por remiendos ni por zapatos a medida.

Tenía su taller en un pequeño cuartito abierto en el zaguán del portal de la casa de vecinos en la que vivía, justamente al lado de la mía. Recuerdo con mucho cariño a aquel entrañable artesano, y todavía hoy, años después de que él haya muerto y yo viva lejos de aquella calle, no puedo explicarme cómo era posible que conversara conmigo teniendo entre sus labios aquellos clavitos con los que claveteaba las medias suelas y los tacones. ¡Qué portento! Y qué alejado todo aquello de la industrialización.

Por eso, al evocar a Vicente, siento un ramalazo de nostalgia por aquella manera de hacer las cosas y de tratar a los clientes. Y además, un sentimiento de gratitud porque aquel “remendón” –quiero decir “zapatero”- siempre encontraba tiempo para, con aquellos cigarrillos que colgaban de sus labios cuando no los tenía llenos de clavitos, compartir conmigo los secretos de su profesión. Me encantaba el olor de la piel cuando la cortaba delicadamente, y el de los tintes que usaba para “mejorar” el calzado envejecido, y el de los betúnes. Sigo oliéndolos todavía. Yo solía irle a buscar el carajillo a La Mariona, el bar de nuestra calle en cuya sala interior ensayaba los cantantes de las “caramelles” y los trompetas y tambores de la banda del barrio, y en cuyo altillo jugué mis primeras partidas de futbolín, cuando los jugadores eran sólo unos pedazos de madera sin apenas forma humana

No entiendo por qué, en lugar de ser zapatero, me metí en el mundo de las artes gráficas.
Hubiera sido un buen homenaje a mi querido y nunca olvidado Vicente, el zapatero del portal número 7 de mi calle.


2 comentarios:

Jona dijo...

Es increíble cómo estos personajes -casi siempre sencillos- calan en nuestra memoria y se quedan allí para siempre. Para que luego digan los novelistas que los buenos personajes, para serlo, han de obedecer a un diseño complejo.

el abuelo dijo...

Querido Jona:

Está claro que esa clase de novelistas se equivoca. Te aseguro que este Vicente, mi entrañable zapatero, da para mucho.

Gracias de nuevo.