2/2/09

Yo, el apóstata


Levantó la mirada del fajo de papeles esparcidos sobre su mesa de funcionario, nos miró casi severamente y nos dijo: “Tienen ustedes que firmar un documento de apostasía”. 
 
Llevábamos meses intentando conseguir que nos casaran por lo civil. Luego, nosotros celebraríamos nuestro enlace en la congregación evangélica a la que ambos asistíamos y donde nos habíamos conocido. Han pasado ya cuarenta y siete años, y ni mi esposa ni yo hemos olvidado la dureza de aquel rostro y aquellas palabras. Firmamos aquel documento y nos convertimos en apóstatas por la gracia del catolicismo romano, que no de Dios.
 
He recordado ese momento, duro y triste en su momento, leyendo sobre las dificultades que esa iglesia sigue poniendo a los que hoy quieren apostatar de su fe. Personas, como nosotros, a las que se cristianizó –mejor, se catolizó- de recién nacidos. A la España “será católica o no será” le sigue costando asumir el derecho de elegir libremente ser contado o no entre los millones de españoles católicos. Quieren que se les reconozca oficialmente como apóstatas. Los unos, porque han decidido no seguir creyendo en la religión que profesaron sus padres –es un decir- y los otros porque entienden que lo religioso les ha venido a ser un lastre en el desarrollo de su personalidad. Intentan ser coherentes, me parece a mí.
 
Sea como sea, les está costando salir del redil. Ahora ya no es necesario apostatar para poder casarse civilmente, pero algunos sienten la necesidad de decidir dónde y con quiénes quieren estar. Es una actitud respetable.
 
En cuanto a mí, y a mi esposa, es significativo que se nos obligara a apostatar de la fe precisamente cuando, por la lectura de la Biblia, habíamos comenzado a entender lo que significa la fe en Jesús de Nazaret y la pertenencia a la sola y única Iglesia. En nuestra infancia y adolescencia ambos habíamos intentado ser buenos católicos, y ambos habíamos dejado de practicar como tales incluso antes de entrar por vez primera en aquella iglesia evangélica.
 
No apostatamos de la fe, sino de la manera de entender la fe del romanismo de aquellos años. Ahora, rememorando el recuerdo bastante doloroso de aquel momento, por la carga emocional que convocaba para nosotros la palabra “apóstata”, compruebo lo que he aprendido en el Evangelio: la fe es una cuestión de decisión personal. Nadie debiera ser considerado cristiano si no ha asumido libremente la decisión de seguir a Jesús como Maestro y Señor.
 
Me gustaría que quienes ahora apelan a su derecho a ser apóstatas, tuvieran la honestidad y la osadía de diferenciar entre el Jesús que dice de sí mismo que es la Verdad y aquellas instituciones que se erigen en detentadoras de la verdad. ¿De qué o de quiénes hay que apostatar?
 
Lo pregunto yo, que hace cuarenta y siete años tuve que firmar un documento que me declaraba oficialmente apóstata.


 

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Al menos a usted le dejaron hacerlo. Ahora no hay manera.

el abuelo dijo...

Bienvenido, Carlos.

A mí no es que me dejaran hacerlo, es que me obligaron a hacerlo. No acabo de entender el empecinamiento de un sector del catolicismo -supongo que el que manda- en seguir manteniendo en su membresía a quienes no desean estar. Me consta que hay otros católiicos que preferirían que sólo se reconociera como cristianos de esa confesión a los que quieren serlo, porque entienden que esa "purificación" sería beneficiosa para todos. Debe de ser un pesado lastre tratar de seguir adelante arrastrando a quienes ya no se sienten parte de esa iglesia. Algunos teólogos incluso han escrito que tal vez el error haya consistido en cristianizar a los niños por el bautismo en lugar de seguir el modelo bíblico de asumir el bajar a las aguas como uun símbolo de aceptación del discipulado; y para esa decisión tan personal hay que esperar que la persona tenga cierta edad.

Gracias por leerme.

Anónimo dijo...

Es simple. En Internet tanto tráfico tienes tanto vales. La iglesia y los curas lo saben: tantos fieles "registrados" tanto poder de negociación con el poder...

Por cierto: no me llamo Carlos abuelo.

Jose Antonio dijo...

Hola Abuelo:

Espero que por fin te llegue esta nota.
No se porqué motivo no consigo hacerlo. Ya es la cuarta vez que introduzco nueva cuenta y nueva contraseña.
A ver si ahora hay más suerte.

Te escribo esto, para reconfortarte que que no solamente tú eres "martil" de los "nomos" del ciberespacio. jajajaja.

Un fuerte abrazo y ánimo con tus batallas.

Jose Antonio.

Jose Antonio dijo...

Bieeeeeeeeeeeen, ¡Entró!

Está visto que el que "...la sigue, la consigue..."

Bueno...Abuelo, ¿me das permiso para copiar tu Yo, el apóstata
para uno de los Diarios....vaa...porfa...que te ha quedado muy bien...y es guay...y les va a ser de consuelo a muchos.....y voy a porner tu dirección...ya sabes...que por cada visitante de tu blog recibiras una moneda de oro.
Lo que no se, es si te las dan ahora, o en un futuro lejano...bueno, pero te las dan seguro.

Un abrazo
Jose Antonio

el abuelo dijo...

Estimado Paco:

Perdona el cambio de nombre. Todavía ahora no entiendo quién puede ser ese tal Carlos en el que pudiera parecer que yo estaba pensando cuando te contesté. Atribúyelo a mi "ancianitis". Gracias por tu tomprensión.

el abuelo dijo...

Querido Jose:

Naturalmente, tienes toda la libertad para utilizar mi testimonio como apóstata. Y gracias por incluirlo en tu popular Diario. Ahorá ya sé que lo va a leer mucha gente.

Por cierto, he de volver otro día a tratar el mismo tema, porque mi esposa me ha contado algunas cosas que yo no recordaba.

Um abrazo

el abuelo dijo...

Querido Jose:

Naturalmente, tienes toda la libertad para utilizar mi testimonio como apóstata. Y gracias por incluirlo en tu popular Diario. Ahorá ya sé que lo va a leer mucha gente.

Por cierto, he de volver otro día a tratar el mismo tema, porque mi esposa me ha contado algunas cosas que yo no recordaba.

Um abrazo