13/1/09

Más abuelito que nunca


Necesito creer que todavía hay entre nosotros personas que siguen creyendo que los ancianos son pilares de fortaleza y ejemplo para los demás. En algunas culturas, no cabe duda; en las nuestras, no está claro. Por ejemplo, los aborígenes australianos que viven casi todo el tiempo en el desierto tienen bien asumido que las personas se vuelven más sabias a medida que envejecen y se les valora por su aportación a las conversaciones. A nosotros, que no vivimos en el desierto, se nos hace más cuesta arriba adquirir esa sabiduría; y no es cosa de cambiar ahora de habitáculo. Aquí, las conversaciones no cuentan mucho con las personas mayores, porque giran en torno a los problemas de mañana, que sólo serán capaces de resolver los jóvenes de hoy.

Estos argumentos hace tiempo que superaron su fecha de caducidad. ¿De veras sostienen muchos jóvenes la falacia de que serán los responsables de resolver los problemas del futuro? A mí me parece que bastante tienen con resolver los de su presente, que es también el nuestro. ¿Y de veras creen todavía algunos de ellos que la superación de las dificultades que enfrenta un ser humano en una sociedad como la nuestra las han de superar ellos solos, o nosotros solos?

Ya sé, ya sé que muchos de mi generación tenemos bien poco que aportar a las conversaciones de hoy, quizá porque no supimos aprender a envejecer; pero también sé que muchos jóvenes mantienen hoy una especie de charla virtual que no sé si debiera reconocerse como conversación. No sólo por la pobreza del lenguaje que emplean para eso que llaman “comunicarse”, sino por la pobreza de ideas que manejan. También a muchos mayores nos pasa lo mismo. Nosotros, esos a quienes se nos quiere instalar en un ayer ficticio, porque en el ayer real estuvimos muy ocupados en intentar un hoy más justo y equilibrado. Los más jóvenes, tal vez porque ese hoy que les procuramos les ha instalado en la comodidad y en la desesperanza a la vez. No quieren pensar demasiado; si acaso, en aquellas cosas que les resulten útiles y satisfactorias para ir navegando hacia ese futuro. Y unos y otros, ¿nos habremos dado cuenta ya de que viajamos en el mismo barco?

Pelearé con las fuerzas que me quedan para deshacer el engaño de que cada generación debe vivir su tiempo, y punto. Porque mi tiempo, y el tiempo de mis hijos y el tiempo de mis nietos es el mismo tiempo. No tenemos otro: el pasado ya no está, el futuro no sabemos qué es exactamente. Tenemos el hoy, y hoy tenemos los mayores, los jubilados, los pensionistas, los abuelos, que aportar más de lo que nos piden, porque nos piden poco. Es como si nos estuvieran diciendo que la experiencia de haber estudiado en las universidades es más válida para la vida que la adquirida en las jornadas de doce horas en las fábricas y los talleres de la posguerra. Tenemos que seguir dispuestos a gastar nuestras vidas por ellos, no ya para que coman y vistan mejor, y vayan a las universidades que nosotros vimos muy de lejos, sino porque sin nosotros son menos ellos mismos.

Claro que habrá que ganarse el sitio a pulso. Todo es posible si me tomo la vida todo lo en serio que debo. No es una declaración de guerra, sino de paz: de entendimiento entre personas de distintas edades que nos necesitamos.

Todos hemos salido ganando cuando las mujeres, después de tantos siglos, han ido asumiendo el papel que les correspondía y no el que absurdamente se les había asignado. Me alegro, porque las abuelas tienen mucho que aportar. ¿Os imagináis qué podría pasar si hiciéramos frente a la vida cogidos de la mano esas personas que dicen que somos los mayores y esas otras que dicen que son los jóvenes? Yo también tengo sueños, son sueños de un abuelo que se siente hoy más abuelo que nunca, y no es porque ha terminado un año, sino porque empieza uno nuevo… y está la casa por barrer.


1 comentario:

el abuelo dijo...

Querido teniente:

...

Quiero creer que aquí cuadra aquello de "a buen entendedor, con pocas palabras (o con ninguna) basta.