5/1/09

La parábola de Antón y su barca


Los esfuerzos humanos pudieran ser a veces semejantes a los de aquel pescador llamado Antón, que aquella mañana abrió el ventanuco de su dormitorio y le dijo a su esposa:

--Concha. Hace un día estupendo. El mar está esperándome. Hoy llenaré la barca.

Cuando Antón salió de la casa rumbo al embarcadero, llevaba en su bolsa la comida que su esposa le había preparado, porque el día iba a ser largo y aprovechable. Iba tarareando su canción favorita, aprendida en sus años de pescador de altura, cuando incluso viajaba al Gran Norte. En el embarcadero no había ningún colega preparándose para salir a mar, pero a él no le sorprendió: la mayoría de los pescadores faenaban de noche, en busca de la sardina y otros peces de la misma familia.

En el momento de acercarse a su barca, supo que las cosas no iban a ir como había previsto. Estaba llena de agua. Sin perder ni un instante, se metió en ella, agarró el cubo que usaba para regar la pesca de cada día y comenzó a achicar, con el brío que le era reconocido por todos en el pueblo: precisamente, le llamaban Antón por su corpulencia y fuerza. Pero el nivel del agua no bajaba tan aprisa como él pretendía, y si se detenía un momento para tomar aire, volvía a subir rápidamente.

Llevaba ya un buen rato cuando vio que, a lo lejos, se acercaba Toñín. Tenía el mismo nombre que Antón, pero era tan pequeño y esmirriado que todos le llamaban así; eso sí, todo lo cariñosamente de que eran capaces los curtidos hombres del mar. Cuando lo tuvo junto a la barca, observándole en su ardua tarea, le dijo:

--Toñín, por favor. ¡Toma un cubo y ayúdame a achicar el agua! ¡He de salir a pescar! ¡Le he prometido a Concha llevarle hoy mucho pescado! Ya ves qué día tan estupendo hace.

Pero Toñín ni se movió. Y le dijo:

--Sé que hace un buen día, y me parece muy bien que le hayas prometido a Concha que vas a llenar la casa de pescado.

--¿Entonces…?

--Entonces, nada –le dijo-. No pienso saltar a tu barca para acabar con las pocas fuerzas que me quedan.

--Pues, ¡vaya amigo! –y Antón iba hablando y tomando resuello. Ya no podía más- ¿Por qué no quieres ayudarme?

--Porque no va a valer para nada si primero no sacas tu barca del agua, tapas la grieta que debe haberse abierto en el casco y lo calafateas de nuevo. Así de sencillo, Antón, que eres tan bruto como grandullón.

Así les suele suceder a quienes, en lugar de ponerse manos a la obra para resolver la causa de sus problemas, gastan sus fuerzas en intentar achicarlos. Actúan como si quisieran creer, y convencernos a los demás, que así se resuelven las cosas. Las aguas que a veces pueden inundar la vida y hundirnos en la depresión, son sólo un síntoma de algún problema serio que hay que descubrir a tiempo. Porque, si no, es imposible salir a la mar, ¡ni a pescar ni a pasear!


4 comentarios:

Soldado Raso dijo...

¡Wow! ¡Qué suerte no perderme ni una de estas entradas! Lástima que no todos los Antones escuchan a los Toñines y, algo mucho peor, que muchos Antones, se creen Toñines.

el abuelo dijo...

Estimado teniente: Se me ocurre pensar a veces que todos tenemos, a lo largo y ancho de nuestras vidas,ramalazos de Antones y de Toñines. Cuando menos, hemos de estar avisados. para no hacer aguas.
Gracias por tu siempre generosa aportación.

Soldado Raso dijo...

De nuevo tienes razón, fuí paloma por querer ser gavilán, o lo que en esta entrada diríamos, fui Antón por querer ser Antonín (jejeje). Me atrevo a lanzarte un par de preguntas abuelo: Antón era incapaz de darse cuenta de la existencia de la grieta ¿Cómo podemos saber qué grietas nos acechan o nos cuelan agua? Al descubrir una grieta ¿sabremos taparla? Gracias

el abuelo dijo...

Querido Soldado (ya teniente).

Hace unas horas que me han descubierto que, además de los comentarios que puedo leer y contestar, había otros que estaban en otro lugar, de cuya existencia no tenía ni la menor idea. Por eso, ando ahora contestándolos, y pidiendo perdón.

A tus dos preguntas, respondo que la mejor manera de que nuestra vida no se agriete es mantenerla limpia de todas aquellas suciedades que se nos adhieren en nuestrs singladura diaria.

Y si, por lo que fuera, hacemos aguas, lo mejor sería no intentar seguir como si no pasara nada y, además y si fuera necesario, pedirle a algún muy entrañable amigo ue nos eche una mano.

Muchas gracias, Teniente.