“Están clavadas dos cruces en el Monte del Olvido, por dos amores que han muerto, que son el tuyo y el mío.” Es una canción de mis tiempos juveniles, esos en los que los cantautores sólo tenían permiso para decir cosas sobre amores y desamores.
La recuerdo ahora por causa de las batallitas que se han organizado en nuestro país con el tema de “cruces sí, cruces no” en las escuelas públicas. Me parece casi obsesiva esa reivindicación de lo laico que evidencian cada vez más amplios sectores de nuestra sociedad. Las cruces se ven, claro, como un símbolo religioso cristiano que puede ofender a los que no lo son; y, cuando menos, en ese deseo de descolgarlas se manifiesta que estamos dispuestos a respetar los derechos religiosos incluso de aquellos que no respetan los nuestros en sus países de origen. ¿Será por nuestras raíces cristianas? Están también, claro, aquellos de quienes se dice que “han apostatado de la fe”, aunque posiblemente nunca creyeron de verdad. Sería mejor decir que han apostatado de la religión, y por eso les debe de ofender cualquier cosa que la simbolice. Se equivocan, porque la cruz no es esencialmente un símbolo religioso, sino de amor.
No tengo interés alguno en entrar en el frente de batalla de las cruces, pero, si hubiera de definirme, sería partidario de quitarlas. Y es que. en los pocos años que soporté la escuela pública franquista, siempre estuvieron ahí. Y junto a ellas, otros símbolos que --ya entonces, pero más hoy-- significaban para mí todo lo opuesto a las enseñanzas del Evangelio.
Lo que me pregunto es si a estas cruces se las quiere enviar al Monte del Olvido porque también hay amores que han muerto… La cuestión es si, al eliminar el símbolo, no estaremos tratando de eliminar lo que éste significa. Porque la cruz es signo de entrega amorosa: en una dio su vida Jesús de Nazaret, y, como él mismo declaró: “Nadie me quita la vida, yo la pongo de mí mismo; tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar”. Ya sé, ¡ya sé!, que hay quienes adornaron sus escudos con una cruz y se dedicaron a asesinar en el nombre de Cristo, y también sé que hay quienes, presumiendo de ese símbolo en escuelas o colgándoselo del cuello –a veces en diseños de oro y pedrería-, viven negando lo que esa cruz significa. Pero, ¿por qué ese afán por confundir a Jesús con la religión ostentosa y vacía de espiritualidad que padecemos los países llamados cristianos? ¡Qué devastadora pandemia de ignorancia y credulidad!
A este paso, ¿tendrán incluso que cambiarle el nombre a una conocida cerveza?
Pero, ¿qué se esconde realmente detrás de esa obsesión por enviar las cruces al Monte del Olvido? ¿Nos estaremos acaso muriendo de desamor, de egoísmo?
Y me refiero a la cruz vacía, porque el crucifijo con ese Jesús sanguinolento nada tiene que ver con aquel que, descolgado de ella y enterrado, venció a la muerte, como había prometido que iba a hacer. Sigue vigente aquella recomendación del Evangelio: “No busquéis entre los muertos al que vive”.
Me hago cruces ante tanto desafuero. Por cierto, mi cruz hace años que no está en el Monte del Olvido, gracias a que no se olvidó de mí aquel que murió en el Monte de la Calavera.
La recuerdo ahora por causa de las batallitas que se han organizado en nuestro país con el tema de “cruces sí, cruces no” en las escuelas públicas. Me parece casi obsesiva esa reivindicación de lo laico que evidencian cada vez más amplios sectores de nuestra sociedad. Las cruces se ven, claro, como un símbolo religioso cristiano que puede ofender a los que no lo son; y, cuando menos, en ese deseo de descolgarlas se manifiesta que estamos dispuestos a respetar los derechos religiosos incluso de aquellos que no respetan los nuestros en sus países de origen. ¿Será por nuestras raíces cristianas? Están también, claro, aquellos de quienes se dice que “han apostatado de la fe”, aunque posiblemente nunca creyeron de verdad. Sería mejor decir que han apostatado de la religión, y por eso les debe de ofender cualquier cosa que la simbolice. Se equivocan, porque la cruz no es esencialmente un símbolo religioso, sino de amor.
No tengo interés alguno en entrar en el frente de batalla de las cruces, pero, si hubiera de definirme, sería partidario de quitarlas. Y es que. en los pocos años que soporté la escuela pública franquista, siempre estuvieron ahí. Y junto a ellas, otros símbolos que --ya entonces, pero más hoy-- significaban para mí todo lo opuesto a las enseñanzas del Evangelio.
Lo que me pregunto es si a estas cruces se las quiere enviar al Monte del Olvido porque también hay amores que han muerto… La cuestión es si, al eliminar el símbolo, no estaremos tratando de eliminar lo que éste significa. Porque la cruz es signo de entrega amorosa: en una dio su vida Jesús de Nazaret, y, como él mismo declaró: “Nadie me quita la vida, yo la pongo de mí mismo; tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar”. Ya sé, ¡ya sé!, que hay quienes adornaron sus escudos con una cruz y se dedicaron a asesinar en el nombre de Cristo, y también sé que hay quienes, presumiendo de ese símbolo en escuelas o colgándoselo del cuello –a veces en diseños de oro y pedrería-, viven negando lo que esa cruz significa. Pero, ¿por qué ese afán por confundir a Jesús con la religión ostentosa y vacía de espiritualidad que padecemos los países llamados cristianos? ¡Qué devastadora pandemia de ignorancia y credulidad!
A este paso, ¿tendrán incluso que cambiarle el nombre a una conocida cerveza?
Pero, ¿qué se esconde realmente detrás de esa obsesión por enviar las cruces al Monte del Olvido? ¿Nos estaremos acaso muriendo de desamor, de egoísmo?
Y me refiero a la cruz vacía, porque el crucifijo con ese Jesús sanguinolento nada tiene que ver con aquel que, descolgado de ella y enterrado, venció a la muerte, como había prometido que iba a hacer. Sigue vigente aquella recomendación del Evangelio: “No busquéis entre los muertos al que vive”.
Me hago cruces ante tanto desafuero. Por cierto, mi cruz hace años que no está en el Monte del Olvido, gracias a que no se olvidó de mí aquel que murió en el Monte de la Calavera.
4 comentarios:
Una reflexión sincera, certera y muy bien escrita, abuelo. Yo también me he animado a opinar sobre el particular.
(!) perplejos saludos
Gracias por tu comentario, hombre perplejo. ¡Bienvenida sea la perplejidad de quienes ya han descubierto que pensar no duele.
Opina, opina, que algo queda.
Hola Pedro:
Me alegra que por fin te animes a este mundillo.
Un saludo.
¿De dónde has sacado tú que me llamo -o me llaman- Pedro? Si fuera el caso, espero parecerme más al apóstol Pedro que a Pedro el Cruel. Gracias por tu bienvenida. Ya sé quién eres, porque leo tu Diario de la Locura. ¡Felicidades por haber superado los 1.000!
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