Como el firme de nuestras calles era de adoquines, oíamos las ruedas de su carro aun antes de verle. El Hombre del Hielo. “¡Hielo, hielo!”, gritaba; y las señoras aparecían por los portales con sus cestos, o lo que fuera, para comprárselo. “¿Cuánto quiere?”. “Un cuarto de barra, más no me cabe en la nevera.” “A mí, media barra.” Y mientras él, con aquella especie de garfio que manejaba diestramente, iba cortando lo que le pedían, aquellas apetitosas astillas de hielo se esparcían por el aire. Y allí estábamos nosotros, los niños del barrio, echando mano de las que podíamos –a veces, cazadas al vuelo-. ¡Eran nuestros “polos”! ¡Qué delicia chuparlos, riéndonos unos de otros de nuestras caras de satisfacción!
La escena era siempre tan divertida, que estoy seguro de que el Hombre del Hielo atacaba aquellas largas barras de manera que saltaran más astillas. Creo que ni yo ni mis amigos le dimos las gracias ni una sola de las muchas veces que nos hizo más soportable el calor, y nos animó a seguir jugando, ya fuera al fútbol con aquellas pelotas de papel y trapo que nos cosían nuestras abuelas, ya fuera blandiendo cualquier palo a manera de espada para emular las hazañas de los tres mosqueteros o del Zorro.
He recordado esta “batallita” porque mi esposa, hace unos días, me pidió un helado de nata y chocolate que guardaba en el congelador: había sobrado de los que solemos comprar para los nietos. Al verla comérselo con tanto deleite y con tal expresión de agradecimiento, me vino a la mente –seguro que sonreí- el Hombre del Hielo y su generosidad.
No me convence nada aquello de que “los tiempos pasados fueron mejores”. Prefiero quedarme con lo mejor de cada tiempo: las risas desbordadas por chupar una astilla de hielo en tiempos cuando eso de los helados nos estaba vedado, y la sonrisa de mi amada esposa lamiendo su helado de nata y chocolate.
La escena era siempre tan divertida, que estoy seguro de que el Hombre del Hielo atacaba aquellas largas barras de manera que saltaran más astillas. Creo que ni yo ni mis amigos le dimos las gracias ni una sola de las muchas veces que nos hizo más soportable el calor, y nos animó a seguir jugando, ya fuera al fútbol con aquellas pelotas de papel y trapo que nos cosían nuestras abuelas, ya fuera blandiendo cualquier palo a manera de espada para emular las hazañas de los tres mosqueteros o del Zorro.
He recordado esta “batallita” porque mi esposa, hace unos días, me pidió un helado de nata y chocolate que guardaba en el congelador: había sobrado de los que solemos comprar para los nietos. Al verla comérselo con tanto deleite y con tal expresión de agradecimiento, me vino a la mente –seguro que sonreí- el Hombre del Hielo y su generosidad.
No me convence nada aquello de que “los tiempos pasados fueron mejores”. Prefiero quedarme con lo mejor de cada tiempo: las risas desbordadas por chupar una astilla de hielo en tiempos cuando eso de los helados nos estaba vedado, y la sonrisa de mi amada esposa lamiendo su helado de nata y chocolate.
12 comentarios:
jajajaja...como se nota que te haces viejo.
Pero comparto contigo la hermosa experiencia de ver a un ser querido disfrutando con las cosas más simples y sencillas que nos ofrece la vida. Y para los que hemos creído...nos ofrece nuestro Señor.
Un abrazo y saludos para la del helado de nata y chocolate.
José Antonio.
Querido José Antonio:
He abrazado y saludado en tu nombre a la del helado de nata y chocolate. Me alegra que compartas, sin ser todavía abuelo, esa alegría por ver disfrutar a los demás. ¡No te pierdas ninguna de esasa experiencias!
Un abrazo.
Me encantó este relato! es la primera vez que paso por aquí, gracias al Soldado Raso que ha publicado una entrada en tu honor. Aunque no he conocido al hombre de hielo, algunas personas queridas me han hablado de él, y además me hace recordar la fascinación que siempre me causó ver, tocar y chupar el hielo cuando era pequeña. Creo que sentía que podía comer la misma nada congelada! congelada!
bueno, no sé porqué salió dos veces la palabra "congelada" pero creo que quedó gracioso jaja
Bienvenida, Adriana Rey.
Ha sido realmenre refrescante leer tu comentario, ¡Qué bueno es saborear las cosas buenas de esta vida! ¿Sabes? Ahora mismo, estoy sientiendo el sabor sabor sabor sabor del hielo.
Gracias por visitarme
Esta historia me la contaba mi padre... ¡qué gustó encontrarla aquí! Lo que pasa, como siempre en tus historias, es que no me has dejado de hielo... jejeje, mejor que mejor, mejor que mejor... gracias Ariadna, gracias Ariadna...
Querido Teniente:
Me alegra saber que tu padre vivió una experiencia como esa y que la compartió contigo. Cuando padres e hijos, cogidos de la mano, invitan al Pasado a estar un ratito con ellos, todos salen beneficiados, ¿no te parece?
¿Ariadna o Adriana? Uno de los dos está equivocado! Por cierto, gracias por invitarla a leer mis batallitas.
Abuelo, es Adriana y... ya ha quedado patente una de mis 'virtudes', con los nombres soy... ¡fatal!
Adriana tiene un blog: http://palabrassshh.blogspot.com/
del que espero poder hablar pronto en el mío.
Si invitan al Pasado, compartiendo el presente, sin preocuparse por el futuro es... fórmula perfecta.
Un abrazo!
Bueno... gracias a ambos!
me siento halagadísima de que dos caballeros hablen de mi... y en un blog donde soy visitante!!
Lo verdaderamente importante es que por esas cosas de la vida nos encontramos compartiendo historias de las que todos tenemos algo vivido u oído, y eso recrea continuamente la historia misma. Saludos fuertes!
¡Gracias a ti, Adriana!
Ya que tienes la amabilidad de tenernos por caballeros, te confieso que esa palabra, más que a la Tabla Redonda y al rey Arturo, me recuerda una divertidísima película "made in Disney" titulada "Los tres caballeros". A partir de ahora, gracias a tu generosidad, ya puedo hablar de dos caballeros y una Dama.
¡Cuánta razón tienes cuando dices que recreamos la historia misma cuando compartirnos retazos de nuestras propias vivencias o de las que otros nos han contado!
¡Un fuerte saludo!
Me ha encantado esta historia, abuelo. Tanto la parte que me transporta a una maravillosa estampa pasada, como la gustosísima del presente (ah, el amor!!). Me hubiera encantado escuchar de mi abuelo una historia como esta pero no explicaba mucho y yo quizás no me atreví nunca a preguntar... bueno sí, sé que alguna vez comió algún gato, cuando la guerra, quizás por eso no pregunté mucho más. jeje :)
¡¡¡Un saludo para todos!!!
Querida Esthrés:
¡Qué bien que te haya gustado esta pequeña batallita! Y ya que eres tan aficionada a ellas, y lamentas que tu abuelo no te las contara -seguro que tenía un montón para compartir-, te recomiendo que vayas almacenando cuantas experiencias te conmuevan, porque seguramente tendrás la oportunidad de contárselas a tus nietos algún día... o a tus hijos primero.
Gracias por visitarme.
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