“¡Esto se tiene que acabar!”. Me lo soltó de golpe, allí, cruzando la Plaza de Tetuán, y mi corazón dio un brinco: Yo la había recogido de su trabajo y la acompañaba a su casa, como casi todas las tardes. Llevábamos saliendo algún tiempo, no mucho, porque ella era muy joven; pero ambos teníamos ya muy claro que un día formaríamos una familia.
“¡Esto se tiene que acabar!” Sucedió hace más de cincuenta años; y aunque ahora sonría al recordarlo, el susto que me llevé fue de los que te paralizan. La parálisis duró exactamente el tiempo que tardó ella en darse cuenta de cuán lívido se había tornado mi semblante: una eternidad. Me miró y me dijo: “Ya está bien de gastar dinero comprando almendras. Hemos de comenzar a ahorrar si un día vamos a casarnos”. ¡Qué alivio! ¡Era sólo eso lo que tenía que acabar!
Tenía razón. Yo había adquirido el hábito de comprar frutos secos y cualquiera otra cosa de comer que me apeteciera. Quizás había que atribuirlo a que en mi infancia carecí de capacidad para regalarme caprichos. Ella tenía razón, ya lo creo; pero por unos momentos me dejó a mí sin poder razonar.
Acabó solamente aquello que tenía que acabar en aquel momento de nuestra vida, pero lo otro no. El susto en la Plaza de Tetuán ha quedado como material de mis batallitas. Ahora, ella y yo salimos, cogidos de la mano, a comprar almendras, o lo que sea. Pero os aseguro que esa Plaza barcelonesa sigue impresionándome. Cuando otras veces ha tenido que decirme: “¡Esto se tiene que acabar!” -porque todavía hoy no tengo resuelta del todo mi tendencia a atender caprichos ajenos e incluso propios-, ya no me da un brinco el corazón. ¡Cuánto me alegro!
“¡Esto se tiene que acabar!” Sucedió hace más de cincuenta años; y aunque ahora sonría al recordarlo, el susto que me llevé fue de los que te paralizan. La parálisis duró exactamente el tiempo que tardó ella en darse cuenta de cuán lívido se había tornado mi semblante: una eternidad. Me miró y me dijo: “Ya está bien de gastar dinero comprando almendras. Hemos de comenzar a ahorrar si un día vamos a casarnos”. ¡Qué alivio! ¡Era sólo eso lo que tenía que acabar!
Tenía razón. Yo había adquirido el hábito de comprar frutos secos y cualquiera otra cosa de comer que me apeteciera. Quizás había que atribuirlo a que en mi infancia carecí de capacidad para regalarme caprichos. Ella tenía razón, ya lo creo; pero por unos momentos me dejó a mí sin poder razonar.
Acabó solamente aquello que tenía que acabar en aquel momento de nuestra vida, pero lo otro no. El susto en la Plaza de Tetuán ha quedado como material de mis batallitas. Ahora, ella y yo salimos, cogidos de la mano, a comprar almendras, o lo que sea. Pero os aseguro que esa Plaza barcelonesa sigue impresionándome. Cuando otras veces ha tenido que decirme: “¡Esto se tiene que acabar!” -porque todavía hoy no tengo resuelta del todo mi tendencia a atender caprichos ajenos e incluso propios-, ya no me da un brinco el corazón. ¡Cuánto me alegro!
5 comentarios:
jajajaja....¿a eso le llamas susto?
Susto es...cuando yo me dispongo a salir con la moto y me dice Pilar:
¿A dónde vas cariño?
Y yo digo con humildad: Pensaba ir a dar una vuelta con la moto.
Entonces se oye esa terrible y horripilante frase de:
¡TENEMOS QUE IR AL CARREFOUR...!
Eso si que da susto.
Querido Jose:
La verdad es que de susto en susto se puede vivir a gusto. siempre que se tenga el suficiente sentido del humor; y a ti se te sale por las orejas.
Un abrazo
Los sustos los tienes en cualquier momento del día, los precios de los productos que en el folleto pone un precio y al pasarlos por la caja es otro y pones cara de "HORREUR". No se debería hacer terror de cosas raras, si no coger a cualquiera de nosotros y que contasemos que nos pasa al cabo del día. Eso sí da miedo.
Estimado Deprisa:
Tengo que pedirte perdón por lo Despacio que he ido a la hora de contestarte, si es que has sido tan osado de volver a leer al abuelo que te ha tratado tan mal. Me agradaría que asi fuera y poder contar con tus comentarios.
Si me estás leyendo, ya sabrás que he tenido abandonado el blog durantre meses, y que acabo de regresar hace unos días.
En cuanto a tu comentario, tienes razón: todos nos asustamos casi continuamente, sobre todo si no se nos ha escapaodo la sensibilidad por el sumidero del alma. Lo que escribí demuestra hasta qué punto lo inmediato es lo que más nos afecta. Aquel "¡Esto tiene que acabar!" de la mujer que sigue a mi lado después de tantos años y a la que amo como el primer día, o más, fue un susto tremendo.
Lo que me asusta hoy -mejor decir "me aterroriza"- son los sustos que están llevándose día a día los millones de seres humanos a quienes, desde nuestra privilegiada posición, hemos condenado casi al "no existir". Y me asusta, entre otras razones, por la parte de responsabilidad que me corresponda.
Gracias de veras por tus palabras.
Estimado Deprisa:
Tengo que pedirte perdón por lo Despacio que he ido a la hora de contestarte, si es que has sido tan osado de volver a leer al abuelo que te ha tratado tan mal. Me agradaría que asi fuera y poder contar con tus comentarios.
Si me estás leyendo, ya sabrás que he tenido abandonado el blog durantre meses, y que acabo de regresar hace unos días.
En cuanto a tu comentario, tienes razón: todos nos asustamos casi continuamente, sobre todo si no se nos ha escapaodo la sensibilidad por el sumidero del alma. Lo que escribí demuestra hasta qué punto lo inmediato es lo que más nos afecta. Aquel "¡Esto tiene que acabar!" de la mujer que sigue a mi lado después de tantos años y a la que amo como el primer día, o más, fue un susto tremendo.
Lo que me asusta hoy -mejor decir "me aterroriza"- son los sustos que están llevándose día a día los millones de seres humanos a quienes, desde nuestra privilegiada posición, hemos condenado casi al "no existir". Y me asusta, entre otras razones, por la parte de responsabilidad que me corresponda.
Gracias de veras por tus palabras.
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