Siempre me ha parecido curiosa y estupenda nuestra capacidad para posesionarnos de aquellos lugares, e incluso personas, que evocamos de vez en cuando. Quiero deciros algunas cosas de mi Teatro Griego.
Hace unas semanas llevamos a cuatro de nuestros nietos al Parque de Montjuic, en Barcelona, y me propuse compartir con ellos mi Teatro. No fue posible, porque lo estaban restaurando: hay que tenerlo a punto para el verano. Dentro de pocas semanas miles de personas disfrutarán de los espectáculos que se programan cada año: música, danza, teatro y algunas otras cosas.
Mis primos y yo invadíamos ese Teatro allá por los años cincuenta del siglo pasado, cuando, como daños colaterales de nuestra guerra, se nos mostraba abandonado y lleno de escombros. Y lo hicimos nuestro. Recorríamos los pasadizos interiores, nos colábamos por cualquier hueco que no estuviera cerrado por aquellas enormes puertas metálicas que pretendían obstaculizar nuestras “investigaciones”. Esperábamos y temíamos que algún día íbamos a toparnos con algún vagabundo con malas pulgas que también hubiera tomado posesión del lugar. Fue un tiempo estupendo…pero no del todo.
Una de aquellas tardes observamos que en la entrada del Teatro que da a la carretera había policías y curiosos. Nos acercamos desde lo alto de la escalinata, y le vimos. Estaba tumbado en el suelo mirando hacia arriba, como si hubiera estado esperándonos, Aquel cadáver pálido y ensangrentado me heló la sangre. No supimos quién era, pero alguien sí lo supo: ¿tal vez uno de aquellos perseguidos “rojos” de que habíamos oído hablar, o quizás un asesino asesinado?
Después de tantos años, cuando recuerdo que tengo un Teatro Griego en propiedad, la imagen de aquel cadáver mirándome no falta a la cita. Reflexiono ahora que es como una parábola de la vida: momentos de diversión salpicados a veces por la irrupción de la muerte, siempre cercana y lejana a la vez.
Cuando vuelva a Montjuic con mis nietos les enseñaré ufano ese Teatro que hice mío un día, cuando no se mostraba tan espléndido como en las cálidas noches de nuestros veranos. También en esto ha cambiado nuestro país, y me alegro. Me agradaría que los corazones rotos pudieran ser restaurados y remozados como lo está siendo mi Teatro Griego.
Hace unas semanas llevamos a cuatro de nuestros nietos al Parque de Montjuic, en Barcelona, y me propuse compartir con ellos mi Teatro. No fue posible, porque lo estaban restaurando: hay que tenerlo a punto para el verano. Dentro de pocas semanas miles de personas disfrutarán de los espectáculos que se programan cada año: música, danza, teatro y algunas otras cosas.
Mis primos y yo invadíamos ese Teatro allá por los años cincuenta del siglo pasado, cuando, como daños colaterales de nuestra guerra, se nos mostraba abandonado y lleno de escombros. Y lo hicimos nuestro. Recorríamos los pasadizos interiores, nos colábamos por cualquier hueco que no estuviera cerrado por aquellas enormes puertas metálicas que pretendían obstaculizar nuestras “investigaciones”. Esperábamos y temíamos que algún día íbamos a toparnos con algún vagabundo con malas pulgas que también hubiera tomado posesión del lugar. Fue un tiempo estupendo…pero no del todo.
Una de aquellas tardes observamos que en la entrada del Teatro que da a la carretera había policías y curiosos. Nos acercamos desde lo alto de la escalinata, y le vimos. Estaba tumbado en el suelo mirando hacia arriba, como si hubiera estado esperándonos, Aquel cadáver pálido y ensangrentado me heló la sangre. No supimos quién era, pero alguien sí lo supo: ¿tal vez uno de aquellos perseguidos “rojos” de que habíamos oído hablar, o quizás un asesino asesinado?
Después de tantos años, cuando recuerdo que tengo un Teatro Griego en propiedad, la imagen de aquel cadáver mirándome no falta a la cita. Reflexiono ahora que es como una parábola de la vida: momentos de diversión salpicados a veces por la irrupción de la muerte, siempre cercana y lejana a la vez.
Cuando vuelva a Montjuic con mis nietos les enseñaré ufano ese Teatro que hice mío un día, cuando no se mostraba tan espléndido como en las cálidas noches de nuestros veranos. También en esto ha cambiado nuestro país, y me alegro. Me agradaría que los corazones rotos pudieran ser restaurados y remozados como lo está siendo mi Teatro Griego.
2 comentarios:
Hola Abuelo:
Me alegra tenerte nuevamente por aquí.
Tu Teatro Griego me ha hecho recordar mi Alhambra...jejeje. Yo también recuerdo cuando alguna que otra vez íbamos por la parte en la que no se necesitaba permiso alguno para entrar (Y eso, que por aquellos años, los nacidos en Granada no pagábamos). Pero nos gustaba corretear e investigar con nuestras viejas bicis los lugares recónditos. Aquellos lugares que era refugio para indigentes y que hoy son motivo principal de restauración e investigación arquitétonica y cultura. ¡Qué cosas!
Esto me hace tener una seria y profunda reflexión, querido abuelo. ¿Quiere decir eso...que cuando pasen algunos años más, nosotros, serémos restaurados y valorados como merecemos...? jejeje.
Querido José Antonio:
¡Claro que seremos restaurados y valorados! El Grsn Arquitexto tiene todavía mucha tarea por delante para dejarnos todo lo bellos que él quiere!
Ya veo que has sido tan pillo como yo a la hora de recorrer los recintos más o menos cerrados. ¡Qué guay!
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